Imagínese el siguiente escenario. Es 1902, y ante la gran sorpresa y desolación de los ciudadanos de Venecia, la hermosa torre de la campanilla de su Plaza de San Marco colapsa. Esa misma tarde, el consejo comunal de la ciudad vota aprobando 500,000 Liras para su pronta reconstrucción “com’era, dov’era” — “como era, donde estaba”. Ambos, los residentes del futuro y los visitantes podrán continuar disfrutando de esta hermosa estructura, misma que ha sido restaurada y ampliada muchas veces en el pasado.
Pero de repente una autoridad desde un lugar lejano exige: “¡Las nuevas regulaciones no permiten esto! Nuestras políticas de financiación requieren que “todo proyecto debe utilizar un diseño contemporáneo”, ya sólo se pueden utilizar estilos aprobados vanguardistas, y ya no pueden utilizar los estilos locales tradicionales de Venecia. Restaurar fielmente sería “falsificar la historia”, es “mezclar lo falso con lo genuino”, y ¡decretamos que esto genera consecuencias desastrosas!” Entonces el proyecto no se repara como era y algo completamente “contemporáneo” se construye en su lugar.
La primera parte de esta historia de hecho sucedió — la campanilla fue reconstruida fielmente, para el deleite de ciudadanos y visitantes, hace más de un siglo. La segunda parte del escenario es lo que pasaría bajo la política europea actual que regula nuevas construcciones en contextos históricos. Esas restringirían el conseguir dinero para esos proyectos a menos de que sean “estilísticamente correctos”, o sea, a menos de que las autoridades las consideren conformes con el diseño “contemporáneo”.
Las dos últimas frases de este escenario — “confundir algo falso con lo genuino” y “tener consecuencias dañinas” — llega con la interpretación literal de un documento escrito por un grupo de arquitectos europeos modernistas de 1933. El documento ha influenciado la teoría arquitectónica profundamente desde entonces — para gran detrimento de las ciudades, sus habitantes, y su patrimonio en general. Su ideología aún influye las políticas actuales en materia de construcción de muchos países alrededor del mundo.
Un claro ejemplo es “El principio de calidad/recomendación número 16” de los “Principios europeos de calidad para intervenciones fundadas por la unión europea con impacto potencial en la herencia cultural”. Esto afirma:
“Cuando son necesarias nuevas partes/elementos, todo proyecto debe utilizar el diseño contemporáneo para añadir valor y/o uso nuevo, a la vez, aunque respetando aquellos existentes” (Énfasis añadido.)
Esta es una estipulación sutil pero radical. Además de prohibir la reconstrucción de la campanilla de Venecia, decretaría que, por ejemplo, las reconstrucciones de Varsovia, Dresden, Potsdam y muchas otras ciudades históricas destruidas durante la Segunda Guerra mundial no fuesen permitidas. Y cualquier otro edificio individual en un contexto histórico, o “monumento”, tampoco podría ser reconstruido excepto como “diseño contemporáneo” — que restringe, de nuevo, a sólo aquellos estilos particulares que las autoridades consideren “contemporáneos”.
En la práctica, lo que esto significaría, por ejemplo, es que algo como una nueva torre curva y retorcida será obligada para la reconstrucción de la Catedral de Notre Dame de París. La reconstrucción fiel de la hermosa torre destruida en el fuego de 2019, o cualquier otro diseño tradicional estaría prohibida.
La nueva disposición seguro que endulza los corazones de muchos arquitectos que preferirían construir sus propias novedades contemporáneas sin enfrentar la competencia de otros arquitectos que podrían ser mejores en técnicas distintivas del diseño tradicional. Sin embargo, para la ciudadanía en general, para los lideres de las ciudades y para diversos profesionales en otras disciplinas, el Principio de Calidad Número 16 debería ser profundamente preocupante por diversas razones.
Primero, existe un valor enorme del desarrollo económico en lugares como, por ejemplo, el centro histórico reconstruido de Varsovia. Los turistas llegan a lugares como ese para disfrutar su atmósfera y su belleza, para adentrarse en su historia — ante la cual pueden aprender, a través de materiales educativos, todo sobre la reconstrucción post-guerra (un evento histórico por mérito propio). Se si prohíbe crear un tesoro tanto económico como cultural como ese — y prohibirlo por razones puramente estilísticas — conllevaría potencialmente a enormes impactos económicos negativos. El daño sería aún mayor en comunidades remotas que dependen en su mayoría del atractivo de su patrimonio histórico.
Segundo, existe el espectáculo perturbador de expertos adjudicándose a ellos mismos el derecho exclusivo de dictar qué clase de medio ambientes los ciudadanos comunes y corrientes deben ocupar y disfrutar. Los ambientes humanos deben satisfacer necesidades múltiples y diversas; marcar casillas profesionales de lo que algún grupo considera “autenticidad” histórica es sólo uno de ellas. También el entorno construido debe deleitar, debe confortar, debe apoyar y debe adaptarse a las necesidades de sus habitantes. Una de las formas de asegurarse que estos objetivos se alcancen, especialmente en una democracia, es involucrando a los ciudadanos en configurar sus propios entornos. En contraste, es fundamentalmente antidemocrático en el que expertos dicten que “todo proyecto DEBE utilizar un diseño contemporáneo”. Por supuesto, no nos sorprende que sean estos mismos expertos (y sus asesores arquitectos) los que deciden qué constituye el diseño “contemporáneo”.
Tercero, esta propuesta traiciona una falacia asombrosa en el pensamiento humano — específicamente, que todo periodo en la historia está representado “auténticamente” por uno y solo un estilo mismo, que es “contemporáneo” a esa época. Por lo tanto, bajo esta lógica equivocada, cada acto de construcción debería ser claramente identificable como de su período de creación, ofreciendo la correcta expresión semiótica única de su identidad histórica.
Estas leyes son totalmente absurdas. La historia no es una línea recta sino una fuga musical, por analogía, con renacimientos, y recreaciones, y novedades todas mezcladas. Tampoco existe una sola fuente autoritaria que pueda definir la expresión “correcta” de un tiempo y lugar específicos; más bien casi siempre son múltiples las voces que compiten en la expresión de una época o cultura. Esta diversidad es una parte esencial de la historia, y no nos beneficia en nada cuando simplificamos en extremo el paso del tiempo considerándolo como una vía única, limpia y perfectamente lineal. Los cronistas de hoy reconocen esta complejidad y multiplicidad de la historia, y se centran en proporcionar materiales interpretativos que permiten a los espectadores descubrir estas narrativas complejas y a menudo rivales.
¿Dónde nace, entonces, esta obsesión por controlar el estilo? La respuesta es muy sencilla: viene de algunos arquitectos con prejuicios de estilo, que mantienen la arrogancia de que la arquitectura moderna (es decir, el Movimiento Moderno y sus variantes post modernas) “es la única y sola arquitectura auténtica de nuestro tiempo”. Curiosamente, lo consideran también la arquitectura de los años 1930, 1940, 1950, 1960… y aparentemente, también de todos los tiempos por venir. Una cosa es cierta: toda recreación o renacimiento de lo que existió antes de 1930 — o hasta cualquier nuevo edificio con patrones y precedentes tradicionales — debe ser vetado.
Esta filosofía se resumió detalladamente en la muy influyente Carta de Atenas, documento supuestamente emitido en la conferencia del Congrès Internationaux d’Architecture Moderne en 1933, pero mayormente escrito por el arquitecto Le Corbusier, y publicado una década más tarde. Aquí la declaración de Le Corbusier, en el artículo 70 de la Carta, sobre construcciones nuevas en contextos históricos:
“El utilizar estilos del pasado por razones estéticas en estructuras nuevas erguidas en áreas históricas tiene consecuencias dañinas. Ni continuar con estas prácticas, ni introducir estas iniciativas será tolerado de ninguna manera. Esos métodos van en contra de la gran lección histórica. Nunca el regreso al pasado ha sido documentado, nunca el hombre ha retrocedido sobre sus propios pasos.” (Énfasis añadido.)
Cualquier persona familiarizada con la historia de la arquitectura sabe que esto es, totalmente, una tontería. ¿Nunca se ha documentado un retorno al pasado? ¿No ocurrió el Renacimiento, Jefferson no recreó Paladio, quién no recreó a Vitrubio? ¿Quién no recapituló a los Griegos? La opinión de Le Corbusier sobre la historia es totalmente simplista — y además una concepción colonialista europea — porque cree que las cosas suceden en una línea recta única, caminando siempre hacia delante, siempre forzadas a innovar, siempre diferentes, siempre de acuerdo a la narrativa más nueva (europea).
Afortunadamente la historia es en realidad mucho más rica y compleja que eso, y que nos demuestra la pronta capacidad de complejizar, aprender y evolucionar a través del tiempo. Así como los sistemas naturales, nuestros sistemas humanos son capaces de construir sobre lo que vino antes, y no simplemente descartar (en la dura frase del modernista Walter Gropius “empezar desde cero”). Una analogía severa de este absurdo, en términos biológicos, sería que la evolución no incorporara el rico material genético de los organismos anteriores y tuviera siempre que empezar de nuevo, digamos, utilizando nada más complejo que las amebas.
Sin embargo, entre los arquitectos, la Carta de Atenas de 1933 fue un documento que los influyó profundamente, y no es exageración hablar del impacto enorme que tuvo en el medio ambiente humano construido desde entonces. Los resultados — distritos históricos destrozados, suburbios esparcidos, avenidas partiendo a las ciudades en pedazos, etcétera — han sido profundamente negativos, como muchos urbanistas lo han reconocido desde entonces. La idea de que todo tiene que ser radicalmente nuevo, de que todo ha de despojarse de cualquier ornamento, y de que se debe evitar toda asociación con formas y patrones del pasado — lo enorme de esta restricción, lo enorme de sus impactos a nivel mundial — es difícil de captar. De nuevo, usando otra analogía de la evolución genética, sería como decirle a un delfín “tu aleta dorsal es demasiado parecida a la de un tiburón, a pesar de que tú apareciste 300 millones de años después — el diseño de tu aleta es viejo, está fuera de época, es tradicional y por esto, ¡tienes que deshacerla!” Necesitamos ponerle al delfín una aleta “más curva”.
¿Cómo puede ser entonces que una ideología tan desconsiderada, una reliquia del pasado reaccionario y colonialista europeo, continúe al día de hoy formando el entorno humano en todo el mundo? Como comentó un teórico: “la promesa alquimista de la arquitectura moderna, de transformar la cantidad en calidad a través de la abstracción y la repetición ha sido un fracaso, una farsa: magia que no funcionó”. Y aún así, esta anticuada ideología, de casi un siglo de antigüedad, obstinadamente persiste en formas duraderas. Perdura en el pensamiento rígido de muchos arquitectos, así como en el de oficiales y miembros del público. Permanece además en la legislación.
Un lugar donde esta ideología persiste también es en la Carta de Venecia sobre la conservación y restauración de monumentos y sitios, de 1964, usada por muchos gobiernos para formular su legislación sobre conservación. Los arquitectos modernistas gustan citar el Artículo 9, que pide que las nuevas construcciones “sean distintas a la composición original, y incluyan un sello contemporáneo”. Ellos interpretan este articulo como una obligación a usar el “diseño contemporáneo”, por ejemplo, insertando siempre elementos modernistas o neo-modernistas. Afortunadamente en 2006 una conferencia de especialistas en patrimonio y conservación concluyó que el propósito de la legibilidad es únicamente un objetivo más, que debe ser considerado en relación a muchos otros:
“El que una creación demuestre auténticamente su origen debe balancearse dinámicamente con otros objetivos como puede ser que el entorno humano sea duradero y coherente. Una nueva construcción puede ser distinta a la composición original, y al mismo tiempo armonizar con aquella composición. Una estampa o sello contemporáneo que identifique puede lograrse de muchas maneras, incluyendo información educativa y explicaciones o identificando marcas y características. Es dañino e innecesario sorprender creando una yuxtaposición extrema, que pueda violar el mandato de preservar el entorno tradicional o las relaciones de masa y color [como se pide en el Artículo 6].”
Este punto crucial en el Artículo 6 de la Carta de Venecia los ideólogos modernistas convenientemente pasan por alto. Aún más importante es lo que éste dice categóricamente:
“Donde sea que exista un entorno tradicional, será preservado. No se permitirá ninguna construcción nueva, demolición o modificación que altere las relaciones entre masa y color.” (Énfasis añadido.)
Este artículo va en contra del mandato asumido para las inserciones “contemporáneas”, que a menudo violan la escala, la masa, la forma, el color y más. Sin embargo, este artículo es ignorado. La pregunta crucial que generalmente nunca se hace es: ¿por qué esta obstinada insistencia en romper toda tipo de armonía? El Artículo 6 claramente demuestra simpatía hacia las formas de antes. También abre claramente la puerta a una nueva construcción comprensiva en una forma tradicional similar que actúa para “preservar el entorno tradicional” y las “relaciones de masa y color”, suponiendo que el nuevo trabajo puede diferenciarse a través de algún tipo de “sello contemporáneo”. ¡El sello podría ser literalmente la fecha — como en la foto de abajo!
Cabe señalar aquí que, aunque la propuesta actual es una regulación de la UE, el problema no es simplemente europeo. Como potencia colonial, la Europa históricamente ha influenciado en gran medida al resto del mundo, imponiendo sus teorías arquitectónicas y urbanas, especialmente en su invención del “Estilo Internacional” modernista. Lamentablemente, las clases económicas y políticas que toman las decisiones en otros países todavía se ven influidas por estas ideologías, y como lo demuestra la evidencia, en detrimento de las culturas arquitectónicas y urbanas locales. Esto es aún más irónico ya que, después de haber expulsado a las antiguas potencias coloniales, muchos gobiernos nacionales continúan siguiendo ciegamente las ideologías de moda provenientes de los centros de poder en otros lugares.
El problema más amplio es el siguiente: ¿Seguirán permitiendo los no arquitectos y otros no especialistas en conservación que una ideología anticuada de un siglo de edad deteriore las ciudades de todo el mundo, aún (especialmente) en sus núcleos más bellos e históricos? ¿O veremos un continuo (y creciente) levantamiento de ciudadanos, activistas, profesionales no-arquitectos y otros líderes preocupados, que exigen que los arquitectos y otros especialistas eleven su juego y creen una nueva generación de lugares más humanos, y más ricos en historia? La controvertida política actual servirá como una prueba importante y oportuna de esa pregunta.
La propuesta completa de la UE puede encontrarse aquí, en Inglés y Francés:
El National Trust for Historic Preservation publica una serie continua de ensayos que actualizan las nociones de preservación histórica y patrimonio de nuestro tiempo:
- Building Tomorrow’s heritage. I. What historic structures can teach us about making a better future
- Building Tomorrow’s Heritage. II. Lessons from Psychology and Health Sciences
- Building Tomorrow’s Heritage. III. Correcting “Architectural Myopia”
Michael W. Mehaffy recibió su PhD en arquitectura del Instituto Tecnológico de Delft y ha tenido cinco nombramientos en departamentos universitarios de arquitectura en cinco países. Actualmente es investigador sénior en el Centro para el Futuro de los Lugares del KTH Royal Institute of Technology de Estocolmo. Nikos Salíngaros es profesor de matemáticas en la Universidad de Texas en San Antonio, urbanista y un internacionalmente premiado teórico de la arquitectura.
Traducción por Lic. Dagmar Calleja.